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"Nadie puede venir a mi si el Padre no lo atrae" Jn 6, 41-51

Domingo XIX durante el año Ciclo B

Continuamos leyendo el Cap. 6 de Juan. Jesús ha multiplicado los panes con la intención de invitar a la multitud a buscar un pan que da vida eterna. Ante el pedido de la gente: “Danos siempre de este pan”, Jesús se presenta como el pan que viene del cielo y que da vida eterna: “Yo soy el pan bajado del cielo”.

Estas afirmaciones provocan un cierto desconcierto: ¿cómo puede este hombre decir que él ha bajado del cielo si es el hijo de José? Sin embargo, Jesús insiste: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”.

Quiero detenerme en una de las afirmaciones de Jesús: “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió”. Tal vez pensemos esta afirmación como algo mecánico, automático, como si fuera un imán. Si estamos aquí, es porque el Padre nos atrajo. Y los que no están es porque no fueron atraídos.

Pero tal vez convenga pensar la atracción en términos amorosos. Dos personas que se aman se atraen. Y ahí podemos preguntarnos: ¿qué me atrae de Jesús? ¿Qué rasgo del Padre, manifestado en Jesús, me resulta atractivo? Tal vez nos haga muy bien recuperar esta dimensión de nuestra fe para que no sea solo cumplir un mandato, una obligación. Si hay algo que me atrae, que me enamora, entonces tal vez me acerque con más gusto y cariño. 

Me pueden atraer los milagros, la oferta de paz, de salud. No está mal; ya dijimos que por ahí se empieza.

Me puede atraer la enseñanza de Jesús: un amor que supera fronteras, una solidaridad que ensancha horizontes, una invitación a salir del barro y la mediocridad en la que a veces estamos sumergidos. ç

Me puede atraer un amor incondicional, porque no lo experimenté y porque necesito saberme amado sin condiciones. Necesito escuchar una y otra vez las palabras del Padre: “Vos sos mi hijo muy amado”.

En el mismo evangelio de Juan, Jesús dice: “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí”. Y allí, el que está levantado en alto es el crucificado y el resucitado. Es el que ha entregado todo y no se ha guardado nada, y por eso ha vencido. Me atrae caminar hacia él.

Mirar al crucificado es descubrir a quien nunca va a levantar la mano contra nosotros. Es el que nos ama hasta dar su vida y, por más que lo rechacemos, no dejará de amarnos. Es capaz de dejarse crucificar antes que dejar de amar.

Mirar al resucitado es mirar nuestro destino. Estamos llamados a esa vida plena. El final es esa vida donde todo lo demás pasó, donde no existe más lágrima ni dolor, como dice el Apocalipsis.

Te invito a preguntarte: ¿Por qué viniste hoy? ¿Qué te atrae a vos de Jesús?


Actualización: la predicación en la misa de 11.30 con la entrega de la Palabra a las familias de catequesis


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