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"El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna" Jn 6, 54

Domingo XX durante el año (Ciclo B)

En el Evangelio según san Juan hay una especie de juego entre el autor y el lector. Jesús dice algo, sus interlocutores no lo entienden, o lo entienden mal, y esto da pie para que nosotros los oyentes nos involucremos y hagamos la interpretación correcta.

Un ejemplo de esto que probablemente todos recordamos es el diálogo con Nicodemo, en el cap. 3: “Nicodemo, hay que nacer de nuevo”. Nicodemo lo entiende literal: “¿Cómo voy a entrar de nuevo en el vientre de mi madre?... Nosotros en seguida corregimos: “Jesús está hablando del bautismo…”.

En el texto de hoy pasa algo parecido. Jesús dice, continuando con su discurso, que no sólo hay que creer que él es el pan que desciende del cielo y da vida eterna sino además que el pan es su carne y su sangre. Los que lo escuchan se escandalizan: “cómo este hombre puede darnos a comer su carne y su sangre”. Nosotros decimos como el Chavo: ¡Qué bruto, póngale cero!... Jesús está hablando de la eucaristía!

Y sin embargo, me gustaría saber qué pensamos nosotros cuando decimos que Jesús está hablando de la eucaristía… ¿Será que venir a comulgar todos los domingos o incluso todos los días es suficiente para alcanzar la vida eterna? ¿O también nosotros tenemos un cero?

Es muy fuerte la frase “si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre no tendrán vida en ustedes”... ¿A qué se refiere Jesús? Yo creo que es mucho más que la eucaristía. O en todo caso, no es la eucaristía misma sino lo que la eucaristía significa.

Estamos otra vez en el mundo de los signos. Pensar que comulgar es suficiente para tener vida eterna es quedarnos con el signo sin entender su significado. No nos salva el signo sino lo que el signo significa.

Tal vez pueda venir en nuestra ayuda María Elena Walsh, con su poesía “El buen modo”. Allí dice ella: 

Tengo tanto que agradecer
Al que me dio de beber
Cuando de sed me moría
Agua en jarro, gusto a pozo
Pero río caudaloso me parecía

Estos ojos no olvidarán
Al que una vez me dio pan
Cuando el hambre me afligía
Miga dura, pan casero
Que trigal del mundo entero me parecía

Seas siempre bendito
Por tu buen modo
Porque al darme poquito
Me diste todo

Antes que la muerte
Me robe la ocasión
Para corresponderte
Aquí te mando mi corazón

Hoy me acuerdo de aquel que ayer
Se supo compadecer
Cuando lágrimas vertía
Era parco su consuelo
Pero Dios con un pañuelo me parecía

Nunca pude olvidarme yo
Del que una vez me albergó
Cuando techo no tenía
Rancho pobre, catre chico
Pero caserón de rico me parecía

Como bien expresa María Elena Walsh, la comunión es mutua. Reconozco el amor del otro en gestos pequeños y eso me lleva a corresponder con amor. 

En la Eucaristía celebramos la comunión que vivimos.

Actualización: Predicación en la misa de 11.30

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